Hola cariño,
Me has dicho que extrañas mis escritos, y la verdad es no me sentía con muchas fuerzas para escribir, pero me ha hecho ilusión y la verdad es que ahora sí quiero hacerlo. Además despues de mucho pensar se me ha ocurrido un tema sobre lo que puedo ambientar este texto.
Como ya sabes lo que ocurrió no necesito ponerte al corriente de nada. Pero te voy a intentar explicar mi ligera obsesión con los felinos.
Los gatos siempre me han parecido la creación más bonita del universo.
Elegantes, inteligentes y fríos. Cualquier tipo de gato está a la altura de estos tres objetivos. Les ves, en la postura que sea, y lo único en lo que puedes pensar es en su belleza, en su dignidad como animal.
También admiro en ellos su independencia. Me gusta que sean lo contrario a los perros, que van siempre detras y a veces (y con perdón) me parecen un poco lameculos.
De todas formas, yo me considero una persona muy poco parecida a ese animal. Yo creo que por eso me gusta observarlos, apreciarlos. Porque quiero que se me pegue un poco.
De verdad, mi interés por ese animal casi siempre ha rozado la obsesión. Me acuerdo que en cuarto de primaria, en mi antiguo colegio, nos pidieron hacer una exposición sobre un animal salvaje, y como los gatos no se ven como tal (que para mí realmente lo son) elegí el gato montés.
Considero que es un animal, que aún podiendo ser doméstico y adaptarse a la vida con humanos, precisamente por esa independencia que envidio, son totalmente capaces de vivir sin ayuda del hombre. De hecho, ellos son los que deciden si aceptar tu compañia. No puedes obligar a un gato a hacerte caso, no va a funcionar.
Me acuerdo de que de pequeña, en casa de mis abuelos en Ourense, en la granja había una gata, a la que yo de verdad amaba. Se llamaba Mico. El animal realmente no tenía nombre, sino que esta era la forma de llamarle mi bisabuela, como si le estuvieras silbando. Los animales salvajes no tienen nunca nombre. Era un animal salvaje, pero se dejaba acariciar. Por la noche venía adentro de la casa y se metía por debajo de la mesa, por lo que yo dejaba de prestar atención al mundo de los adultos y me centraba en ver como comía las sobras. Cada vez que iba a esa casa, la gata estaba allí.
Esta gata murió de vieja, y de hecho recuerdo enterrarla y hacer un funeral en su honor. Creo que era la gata que me hizo enamorarme del resto. Tenía un pelaje de tonos marrones y negros, una mezcla maravillosa de verdad. Sin embargo, tuvo hijos, o a lo mejor no los tuvo, pero esa granja siguió aceptando gatos, cada vez más. Al principio sí que les poníamos nombre, mi hermano y yo. Marcelina. Una gata blanca y negra, o Napoleón uno negro impresionante. Pero había demasiados, yo como dije antes, no tiene sentido llamar a un animal libre por un nombre que encima decides tú. El nombre al final lo pones porque te hace gracia, no porque te vaya a obedecer.
Bueno, yo luego me fuí a Londres, y allí ocurrieron muchas cosas. Me repito mucho pero justo creo que Londres fue el cambio a que me ocurrieran cosas, cosas de verdad y por mi cuenta. Y salí de Londres con el corazón roto, porque amé y me dolió. Y llegue a Ourense, no queriendo volver a mi vida en Madrid porque ya había pasado mucho tiempo en un lugar y en ese momento no quería despedirme de Londres. No me gusta dejar ir facilmente y eso lo veo como un algo un poco problemático en mi vida.
El caso, es que volví a la granja de Ourense y me encontré con que había un cachorro de gatito, sin madre que tendría tres meses y no se quería acercar a mí. Y despues de un par de días sin yo acercarme demasiado, porque claro, no todos los gatos son igual de cariñosos/ariscos, pero lo que tengo claro es que hay que darles su espacio (a veces basta con mirar para sentir su hechizo) se acercó a mí. Y yo estaba muy triste y me enamoré de ese gato. Y lloré y lloré y tras mucho chantaje emocional conseguí convencer a mis padres de poder quedármela. La llamé Flo (de Florence, la persona a la que en ese momento echaba de menos y quería con todo mi ser a pesar de no ser correspondida). Esa historia acaba bien, pero es otra. Bueno, llegué a Madrid, y fueron unos meses felices con esa gatita. Para mí, porque mis padres no la soportaban, y cuando llegaron las navidades tuve que volver a dejarla en Ourense, el lugar del que la traje, convencida por mis padres de que allí lo pasaría mejor y que apreciaría más esa vida. Años despues (de hecho este verano) me enteré de que al poco de dejarla murió atropellada.
Y de esta última, me va a costar hablar. Estaba también muy triste, y vi a una camada de gatitos recien nacidos en Instagram. Me enamoré y mandé un mensaje a la dueña, que me dijo que los daba en adopción, y que sí quería uno. Y me encapriché y a pesar de saber que mis padres no estarían de acuerdo acepté. Era una preciosa gatita siamesa. Aún me acuerdo del día que la traje a casa, de ponerle música y que ella se quedase dormida en la cestita de mi habitación (era muy pequeñita). Y no sé, la llamé Dadá, porque me hizo gracia, pero realmente, como digo antes, nunca tuvo nombre. No se como logré convencer a mi familia de mantenerla. Sinceramente creo que no lo hice yo, que lo decidieron ellos porque en ese momento yo estaba muy triste y yo notaba que ellos estaban preocupados por mí. De hecho, lo siguen estando, pero menos. Y la verdad que han sido casi dos años maravillosos con este gatito, hasta ayer. Que locura, unas horas antes estaba durmiendo a mi lado y le hice una foto porque tenía la lengua fuera. Dos horas despues estaba muerta. Muerta. Cómo lo iba a esperar.
Me da mucha rabia la moraleja de la historia que nunca aprendes porque nunca tienes tiempo y porque el ser humano simplemente es así.
Quieres algo, lo tienes y lo aprecías más que nada. Pero poco a poco y por valioso que sea vas acostumbrándote, dándolo cada vez más por hecho y por tanto dejas de prestarle toda esa atención. Y de repente, se va, y lo vuelves a echar de menos, y por mucha atención que le pudieras haber dado se te hace poca, y todo lo que pudieras haber cambiado lo harías y todo tu ser no puede evitar enfadarse por no haber estado tan pendiente de algo que quieres que vuelva pero que no va a volver. Lección de vida.
Tenía menos de dos añitos. Y lo fría que estaba.
"C'est la vie," say the old folks, "it goes to show you never can tell".